Los hombres y mujeres del Perú, es
decir, por lo menos nosotros, los peruanos, debemos tener absoluta conciencia
de que el área metropolitana Lima–Callao, respecto del total del país,
concentra:
32 %
de la población,
33 %
de las universidades
35 %
de la población estudiantil
40 %
de los maestros
46 %
de la energía hidráulica producida
50 %
de la capacidad de consumo
51 %
de los trabajadores estatales,
55 %
del Producto Bruto Interno,
55 %
de los médicos,
57 %
de los estudiantes universitarios,
63 %
de los abonados telefónicos,
70 %
de los profesionales de la salud,
75 %
del Producto Bruto Industrial,
80 %
de la inversión privada,
80 %
de los préstamos de la banca comercial,
80 %
de las clínicas,
85 %
de los establecimientos industriales,
85 %
de la generación de impuestos,
85 %
de la inversión pública se decide en Lima,
87 %
de los consultorios,
90 %
de los servicios comerciales,
90 %
de los servicios financieros,
96 %
de la recaudación de impuestos,
97 %
de los gastos estatales se deciden en Lima.
En muchísimos aspectos, pues, el Perú
está casi íntegramente concentrado en Lima.
El centralismo del Perú, pues, por
donde se mire, ha adquirido ya dimensiones inauditas.
El explosivo crecimiento poblacional de
Lima asomó como un serio y gravísimo problema sólo cuando se tuvo conciencia de
que:
1)
Era el resultado de una aluviónica
migración de pobrísimos campesinos y de no menos pobres y desocupados jóvenes
de pequeños pueblos, villorrios y caseríos andinos, que llegaban a la capital
en busca de las oportunidades que total y absolutamente les venía negando la
República en su propio lugar de nacimiento;
2)
La ciudad genera nuevas frustraciones,
de las expectativas –contexto de vida nuevo y moderno, castellanización, y
mayores posibilidades de esparcimiento, por ejemplo– con que llegan los recién
migrados;
3)
La ciudad es incapaz de resolver la
demanda más acuciante de los migrantes: trabajo digno y bien remunerado;
4)
En ausencia de alternativa, los
migrantes informalizan total y absolutamente la ciudad,
"calcutizándola", invaden y bloquean pistas y veredas;
5)
El país no ha sido aún capaz de
sustituir, con nuevos terrenos agrícolas o con mayor productividad, las tierras
urbanizadas, acrecentándose así la demanda externa de alimentos, y la inflación
de precios de la producción interna;
6)
La ciudad es incapaz de ofrecer a los
migrantes, en cantidad y calidad, los servicios urbanos que tradicionalmente
venía prestando a sus antiguos pobladores –pistas, parques, agua y desagüe,
electricidad, recolección de desechos, etc.–;
7)
Al no crecer proporcionalmente la
oferta de servicios, los limeños, pero en particular los sectores medios, han
visto resentida seriamente la calidad de los que venían recibiendo, pero, muy
especial y significativamente, el de la seguridad, en la vivienda y en las
calles.
El fenómeno, no obstante, generaba
simultáneamente otra gravísima manifestación: el resto del territorio del país,
en lugar de verse cada vez más poblado, físicamente más y mejor ocupado, y
racionalmente mejor explotado, quedaba, por el contrario, cada vez más
deshabitado, abandonado y deplorablemente trabajado y explotado. Todo ello, en
el área andina, en la Amazonía, y en las zonas de frontera, acusaba niveles
dramáticos.
Así, el centralismo, cobraba un
altísimo costo de oportunidad –por producción no obtenida– por sobre todo, en
la agricultura, ganadería y minería. Pero también un altísimo costo en términos
de seguridad nacional: a más espacios desocupados, mayor vulnerabilidad y
mayores costos en Defensa.
El centralismo es un problema de trascendentes repercusiones,
algunas de las cuales no se ponen del todo de manifiesto y otras quizá son
incluso insospechadas.
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